¿CREES DE VERDAD QUE TUS PECADOS TE SON PERDONADOS?

La doctrina del pecado (Harmatologia) va íntimamente ligada on la Doctrina de la Salvacion (Soteriologia) y es por eso que les dejo el siguiente articulo tomado de la revista En la Calle Recta de su numero de Julio Agosto del 2010 Usado con permiso.

En la "Confesión Apostólica", lo que entre la gente católica se le llama el "Credo", se dice: "Creo en el perdón de los pecados". ¿Pero, qué es realmente pecado?


Pecado no es.... que uno no logre lo que se propone. Pecado no es... que uno deje que se rompa algo por descuido. A veces en ciertos ambientes escuchas: "eso es también pecado". Pero eso no es así, porque eso no es precisamente pecado. En la Escritura la palabra "pecado" significa literalmente: "errar el blanco". Una palabra que nos recuerda el mundo de los arqueros. Una flecha se dispara directamente al blanco, pero ...falla el blanco (el objetivo). ¿Cuál es el objetivo (el blanco o la meta) de nuestra vida?: El Señor nos ha creado para que vivamos para Su gloría.

Pero hemos fallado en ese objetivo, cuando por nuestra propia culpa caímos en pecado. Ahora en lo más íntimo sólo deseamos nuestra propia gloria. Esa es la esencia del pecado. Pecado es, pues, que no buscamos la gloria de Dios sino solo nuestra propia gloria.

¿Cómo Dios santo y justo puede perdonar los pecados?

Y Dios es santo y justo. Santo quiere decir: impecable, sin mancha, perfecto. Y justo quiere decir que Él actúa Si justamente. "Y Su justicia exige que el pecado, que se cometió en contra de la suprema Majestad de Dios, también sea castigado con el mayor castigo, que es pena eterna, así en el cuerpo como en el alma". Dios, pues, no puede perdonar los pecados al margen de Su santa justicia. Y a pesar de todo Dios quiere perdonar a los pecadores. ¿Cómo lo puede hacer? Sólo por Su Hijo, el Señor Jesucristo. Él ha enviado al Señor a la tierra para cargar con el castigo por todo Su pueblo. Y Él ha querido hacerlo de buena voluntad. "He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad" (Hebreos 10:9). En la cruz del Gólgota la culpa de Su pueblo ha sido imputada a Él para que fuese un pueblo, libre de culpa y de castigo.

¿Perdona Dios sólo los pecados después del arrepentimiento y conversión?

Pienso que la pregunta no la debemos plantear de esta manera. Porque así se puede dar la impresión de que el arrepentimiento y la conversión son condiciones, que debemos cumplir antes que el Señor perdone los pecados. Pero así no es. Arrepentimiento y conversión no son condiciones para el perdón, sino que son el camino por donde el Señor perdona los pecados.

Porque cuando el Espíritu Santo hace vivir a un pecador muerto espiritualmente, entonces Él obra el arrepentimiento y la conversión. ¿Cómo? Bien, Él "convence de pecado". Eso significa: aprendo a ver que he pecado en contra de Dios santo y bienhechor. Así el Señor produce un sentimiento de pesar por el pecado y al mismo tiempo un anhelo por restablecer la comunión con Dios. Nos identificamos con la confesión de David: "Yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí, contra Ti, contra Ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu Palabra, y tenido por puro en tu juicio" (Salmo 51:4-5). Y con el publicano que dice: "Oh Dios, sé propicio a mí, pecador" (Lucas 18:13). Ese es el camino por donde el Señor perdona los pecados. Y en el que Él da por Su Espíritu testimonio en el corazón, cuando dice: "Hijo, tus pecados te son perdonados" (Marcos 2:5).

¿Es bueno pensar con frecuencia en tus pecados o podemos olvidarlos, como Dios también los ha perdonado?

Olvidar y perdonar, se menciona a veces al mismo tiempo. Si alguien ha hecho algo en contra nuestra y pide perdón, entonces decimos - o pensamos - a menudo: yo te perdono, pero no lo olvido jamás. Y si de nuevo uno falla se remueve todo lo que ha hecho anteriormente. Entonces nos damos cuenta que ni hemos perdonado ni olvidado. Si en realidad perdonásemos uno al otro, no deberíamos nunca más volver sobre eso. Entonces también se debería olvidar. Así lo quiere el Señor. Porque así lo hace Él. Si perdona, Él también olvida. Nunca más vuelve sobre ello. Él arroja todos esos pecados en lo profundo del mar. Y jamás los vuelve a sacar. Ni se lo reprocha nunca más a Sus hijos. ¿Pero sabes lo que es sorprendente? Aunque el Señor perdone a Sus hijos, ellos no se pueden perdonar a sí mismos. Porque ellos han pecado en contra de un Dios bienhechor. Y eso no se lo pueden perdonar a sí mismos. Por eso tampoco o pueden olvidar. El mismo Pablo nunca 3udo perdonarse el haber perseguido a la iglesia de Dios, aunque le había perdonado todos sus pecados. Por eso no pudo tampoco olvidar y escribe: "Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero" (1 Tim. 1:15); "... no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios" (1 Cor. 15:9).

¿El tener que luchar a cada paso contra los mismos pecados puede ser muy desalentador?

En efecto, en la vida de los hijos de Dios pueden haber quedado debilidades que están ahí en contra de su voluntad. Porque, cuando el Señor renueva el corazón, ellos desean dejar y odiar el pecado. Y desean de nuevo poder responder al objetivo para el que fueron creados: vivir para Su gloria. Sí, entonces nuestra súplica es: "Enséñame, oh Señor, Tu camino; caminaré yo en Tu verdad" (Salmo 86:11). Sin embargo, con qué frecuencia los hijos de Dios caen aun en el pecado contra el que luchan. ¿Cómo es eso posible? Porque los hijos de Dios aún llevan dentro de sí el viejo hombre. Es ese viejo principio vital que no pregunta por Dios. Que le arrastra hacia el mundo y al pecado. Y cuando ese nuevo principio vital, que el Señor deposita en el corazón con el nuevo nacimiento por medio de la fe en Jesucristo, no se ejerce, pueden caer fácilmente en el pecado. Esa es la gran batalla en la vida de la gracia. Pero así debemos aprender que no podemos luchar contra el pecado con nuestro propio poder. Así también aprendemos a vivir cada vez más en dependencia del Señor. Así también aprendemos a doblar nuestras rodillas e implorar para que Su poder sea perfeccionado en nuestra debilidad para luchar contra el pecado, el mundo y el diablo. Hasta que la lucha se cambie luego en victoria eterna.

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